“Sería ingenuo pensar que está limpio”: Marcel Kittel da un gran repaso al ciclismo actual y señala el cambio más grande que ha vivido el deporte
El ciclismo actual es más rápido, más científico y podríamos decir que más saludable que el de los años 90 y 2000. Pero para Marcel Kittel, una de las grandes referencias del sprint moderno, pensar que el problema del dopaje es cosa del pasado es un error peligroso. En una conversación reciente en el pódcast Domestique Hotseat, el alemán repasó la herencia tóxica de aquella época, señaló cuál ha sido el cambio más grande que ha vivido el deporte, se mojó en el debate sobre el peso corporal y dejó un mensaje muy claro para los jóvenes que sueñan con llegar al WorldTour.
“No, el ciclismo no está limpio. Sería ignorar la realidad”
El exciclista Marcel Kittel, retirado a los 31 años en 2019, siempre se ha caracterizado por su madurez. Este alemán creció y llegó a profesionales en plena resaca del dopaje sistemático. Él mismo recuerda cómo, siendo todavía joven, se encontraba con aficionados que insultaban o incluso escupían a los ciclistas en carreras alemanas. Pagaban justos por pecadores: “Yo era un chaval y pensaba: ¿qué tiene esto que ver conmigo?”, recuerda.
Años después, con cierta perspectiva, no edulcora el diagnóstico. Para él, lo que ocurrió en los 90 y 2000 no fue una mancha aislada, sino algo mucho más profundo que el ciclismo arrastra para siempre. Eso, dice, tuvo un efecto devastador especialmente en países como Alemania, donde el rechazo social fue muy duro y la credibilidad del deporte quedó por los suelos.
Al mismo tiempo, Kittel insiste en que aquella crisis era necesaria porque obligó al pelotón y a las estructuras a mirarse al espejo y a reconocer el problema. Pero aquí llega su aviso más incómodo: no cree que el ciclismo actual esté completamente limpio. Y lo formula sin rodeos: pensar lo contrario sería “mirar hacia otro lado”.
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Para el alemán, el objetivo realista no es construir la ficción de un deporte inmaculado, sino impedir que vuelvan estructuras organizadas de dopaje como las de hace 30 años. Siempre habrá quien intente aprovechar grietas en el sistema, más aún en un contexto de presupuestos y salarios crecientes que pueden convertir la trampa en una supuesta vía rápida hacia una “vida mejor”. El reto, subraya, es que esos casos sigan siendo excepciones y no vuelvan a convertirse en norma.
Kittel no cree que los aficionados tengan que convertirse en investigadores a tiempo completo, pero defiende su derecho a dudar. Si un fan o un periodista siente que hay algo que no encaja, afirma, es legítimo que lo exprese y que eso sirva como señal para que quienes deben controlar el sistema revisen y comprueben.

Lo que pide es equilibrio: ni ingenuidad, ni convertir cada exhibición en un juicio sumarísimo. Recuerda que hoy hay factores objetivos que explican parte de las actuaciones que parecen “inhumanas”, como mejor planificación, periodización más precisa, ciencia aplicada, material más eficiente y, sobre todo, una revolución silenciosa en la nutrición.
Cuando Kittel compara “su” ciclismo con el actual, tiene claro cuál ha sido el cambio más grande: la forma de comer. Y no se pone de ejemplo precisamente. En la charla admite, sin maquillaje, que fue “un idiota” por no aprovechar la oportunidad de trabajar en serio con nutricionistas cuando estaba en plenitud.
Cuenta que, en su época, la idea de pesar la comida y rellenar protocolos le parecía una pérdida de libertad, casi una intromisión en su vida. Hoy ve a ciclistas que manejan aplicaciones específicas, chefs de equipo que afinan cada plato al gramo y corredores que confían ciegamente en esos planes porque les quitan preocupaciones de encima. Donde él veía una limitación, la nueva generación ve una herramienta de alto rendimiento.
Kittel recuerda también cómo, hace apenas una década, aún circulaban recomendaciones para amateurs que hoy suenan casi naïf, como tomar muy pocos gramos de carbohidrato por hora en tiradas largas, cuando ahora se sabe que la ingesta puede y debe ser mucho más alta en competición. En su opinión, solo con la mejora en el aporte de hidratos, el rendimiento del pelotón ha dado un salto enorme en poco más de 10-15 años.
Como contrapunto, advierte de un riesgo evidente: lo que es razonable dentro de una estructura WorldTour, acompañada por médicos y nutricionistas, puede ser peligrosísimo si lo copia un aficionado o un sub-23 sin apoyo profesional. La obsesión por “hacer lo mismo que los pros” puede acabar en trastornos alimentarios o en deficiencias graves si se replica el control sin tener el contexto.

En la conversación, Kittel también entra en un terreno delicado como es el del peso corporal y la imagen física de los ciclistas. Recuerda que, viendo fotos suyas del final de su carrera, se ve “demasiado delgado”, y eso que nunca fue un escalador puro. En el caso de los grandes grimpeurs actuales, reconoce que el aspecto puede resultar casi extremo incluso para alguien del propio pelotón.
El alemán señala un doble rasero claro entre cómo se perciben los cuerpos de hombres y mujeres en el ciclismo. Cuando es un escalador masculino el que aparece con una delgadez extrema, la reacción suele ser más tolerante o incluso se asume como “normal” para el rol. En cambio, cuando es una corredora la que aparece muy fina en una gran vuelta, el debate sobre si “está demasiado delgada” se dispara de inmediato.
Kittel no niega que haya un problema de fondo con los ideales de belleza y delgadez en la sociedad en general. Pero separa bien los planos. Una ciclista de élite que ajusta su peso con supervisión médica y un objetivo deportivo concreto no es un patrón estético al que deba aspirar una mujer que no compite. Es una profesional haciendo su trabajo, igual que un escalador masculino.
Aun así, insiste en que el riesgo existe para ambos sexos. Cuando la delgadez extrema se normaliza en el alto rendimiento y se convierte en imagen aspiracional, los amateurs que intentan imitarlo sin controles están entrando en un terreno muy peligroso.
El mensaje de Kittel a los jóvenes: conocerse, rodearse bien y no sacrificarlo todo
Después de haber sido campeón del mundo júnior de contrarreloj, uno de los mejores sprinters de su generación y retirarse relativamente joven, Kittel también dejó varios mensajes para quienes sueñan con seguir su camino.
Lo primero, conocerse a uno mismo y no vivir comparándose con los demás. En una época dominada por redes sociales donde solo se ve “el 2%” de la realidad de otros ciclistas, advierte del error de intentar copiar entrenamientos, dietas o decisiones de carrera que quizá no tienen nada que ver con el propio perfil.
Defiende, además, la importancia de respetar las etapas formativas. Pone en valor los años sub-23 y advierte contra la tentación de saltar demasiado rápido al WorldTour solo porque existe una oferta. Para él, el desarrollo clásico de acumular kilómetros, aprender a sufrir, madurar física y mentalmente sigue siendo válido para la mayoría, por mucho que existan excepciones que saltan de júnior a la élite con éxito.
También reclama algo que a veces se olvida: seguir siendo una persona equilibrada. No sacrificar cada minuto de la juventud en nombre de un sueño que, por definición, solo unos pocos alcanzarán. Disfrutar de la vida, mantener intereses más allá de la bici y no definir toda la propia identidad en función de ser o no ciclista profesional.
Y, por último, recordar que la suerte también juega. Estar en el lugar adecuado cuando te ve un ojeador, caer en un equipo que realmente apueste por el desarrollo y no solo por exprimir resultados rápidos…
Hay factores que no se controlan. Por eso, Kittel insiste en la importancia de rodearse de buena gente, hablar abiertamente de las dudas y tener un plan, pero sin perder de vista que el éxito deportivo no lo es todo.