De vender componentes en un remolque a crear la marca de bicis más popular del mercado: la historia de Specialized
En 1973, si te apostabas en alguno de los puntos más concurridos de San Francisco y su periferia, además de a muchos hippies con flores en el pelo, es muy posible que vieras a un veinteañero con una bicicleta y un remolque lleno de piezas. Su nombre era Mike Sinyard, y la historia de cómo pasó de vender componentes en un remolque a crear Specialized, la marca de bicis más popular, es una de las más fascinantes de la industria.
Specialized: el gigante californiano que nació en Italia
El que hoy es uno de los CEO más conocidos de la industria era por aquel entonces sólo un chaval recién salido de la universidad que sentía fascinación por el ciclismo. Tanto que vendió su Volkswagen Kombi (ese icono de la California de los 60 y 70) para pagarse un viaje a Europa sobre pedales. Holanda, Barcelona, Italia…
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Sinyard recorrió todos los lugares míticos, aquellos que sonaban a historia de las dos ruedas. Y, en Milán, el joven norteamericano por fin conoció al hombre que le cambiaría la vida. Cino Cinelli, el fundador de la mítica marca Cinelli. Fascinado por su calidad, compró todas las bicis y componentes que pudo del fabricante transalpino, los mandó rumbo a su país y empezó a venderlos por las calles de la ciudad.
Al poco, aquel desconocido en el mundillo consiguió incluso convencer a Cinelli para convertirse en su importador en Estados Unidos, y fundó Specialized. El nombre surgió, según cuenta siempre el propio Sinyard, de una palabra italiana: “specialista” (que, tampoco hace falta romperse la cabeza, significa lo mismo que el vocablo español con e). Y es que, por entonces, aún se dedicaban a vender exclusivamente componentes.
Pero uno de los momentos más importantes en la historia de Specialized tuvo lugar en 1976. Fue entonces cuando empezó a colaborar con Tim Neenan para lanzar sus primeros cuadros y bicis propias, que fabricaban en Japón.
Specialized Stumpjumper, la primera mountain bike fabricada en serie
El otro llegó en 1981, cuando Sinyard identificó a tiempo la explosión del mountain bike. Desde luego, esta llevaba gestándose tiempo, durante la mayor parte de los años 70. Pero, en todo ese periodo, había dependido de bicicletas artesanas. Las montaban los propios aficionados, juntando piezas de aquí y de allá, según sus gustos. También hubo algunas producidas por pequeñas marcas, en tiradas reducidas.
Y, entonces, llegó la Stumpjumper. Un cuadro de acero diseñado por Neenan y fabricado en Asia, un manillar inspirado en los que hacía la marca Magura para ciertas motos, unas manetas de freno tomadas de otras motos, las Tomaselli, un cambio SunTour ARX GT de carretera… Aquel popurrí genial pesaba 13 kg y se vendía por 750 dólares. Habían dado con la fórmula del éxito.
Se cuenta que el primer lote, de 250 unidades, se vendió en apenas dos semanas. Y, gracias a agresivas campañas de marketing sin precedentes en el sector, siguió saliendo de las tiendas a una velocidad de vértigo, hasta convertirse en uno de los modelos más longevos y míticos del mundo. Se diría que esta bici, casi por sí sola, generó la fiebre del mountain bike de los años 80.
Aún hoy se produce y, aunque inevitablemente ha cambiado mucho en estos 40 años, sigue manteniendo algunos de los rasgos que la vieron nacer. El resto es historia. La de una compañía que hoy cuenta con casi 2.000 empleados en todo el mundo y genera varios cientos de millones de euros en ingresos.
Ya no solo de las MTB, desde luego, sino que diseñan desde modelos de carretera a gravel, pasando por las e-bikes, uno de los mercados en los que más se han centrado en los últimos años. Y eso que, en los años 90, estuvieron “a unos cientos de dólares” de desaparecer, según Mike Sinyard. ¿Qué los salvó al final? Como había pasado antes, la innovación.
Artículo escrito por Iván Fombella.